viernes, 30 de octubre de 2009

INTERNET ES UNA CUARENTONA...


(Por Miguel Barceló)
El 29 de octubre de 1969, Leonard Kleinrock, profesor de la UCLA, envió un mensaje a sus colegas del Standford Research Institute. Se trataba de comprobar que una máquina podía dialogar con otra con un nuevo protocolo. Tenía que escribir L-O-G. Llegaron la L y la O. Al primer intento, fue imposible con la G. El ordenador que empleó, Interface Message Processor, es hoy una pieza de museo. Kleinrock ha confesado que nunca imaginó a su abuela empleando Internet. Pensó que era un sistema para conectar máquinas, pero no aventuró el empleo que le han dado las personas. Este mensaje se considera el acto fundacional de Internet. Sin él, hoy el mundo se colapsaría. Así de simple. Las empresas, los sistemas de defensa de los países, el transporte, el ocio, las telecomunicaciones, la enseñanza y la sanidad. En este tiempo de constantes invenciones hay tres aplicaciones básicas, según el autor del artículo: el correo electrónico, la WWW y el sistema de intercambio de archivos P2P.

En la segunda mitad de la década de 1960, las grandes empresas constructoras de informática empezaron a desarrollar los primeros sistemas de comunicación entre ordenadores. En aquellos días, lejos de la omnipresencia actual de la tecnología microinformática, tan sólo existían lo que hoy llamaríamos sistemas propietarios, cada empresa diseñaba sus procesadores y su software, y por tanto, su sistema o arquitectura de comunicaciones.

Posiblemente influidos por la estructura centralizada de sus clientes más importantes (bancos, empresas de seguros, grandes corporaciones, etcétera), las empresas constructoras de ordenadores para la gran informática diseñaron sistemas de comunicaciones con topología en estrella, sumamente centralizados.

Un ordenador principal gestionaba y supervisaba la incipiente red que permitía interconectar diversos ordenadores satélites del ordenador principal, terminales más o menos potentes, o simples terminales de pantalla o impresión. También era posible la conexión directa entre los ordenadores satélites, aunque siempre bajo la supervisión del gestor único de la red, residente siempre en el ordenador principal.
Cada empresa tenía su sistema: SNA (System Network Architecture) en el caso de IBM, DSA (Distributed System Architecture) en el caso de Honeywell o el equivalente de Univac. Y todos estos sistemas eran incompatibles entre sí, lo que hacía casi del todo imposible (o terriblemente complicada) la interconexión de ordenadores de diversos fabricantes.

Sistemas vulnerables
Pero había otro camino alternativo, el de la futura Internet, que, a pesar de ser poco considerado durante los años setenta y ochenta por los profesionales de la gran informática, ha sido el que ha predominado. La orientación centralizada de las comunicaciones informáticas que habían previsto los fabricantes de ordenadores no resultaba en absoluto útil para los militares. Una topología en estrella resulta sumamente vulnerable: si se destruye el ordenador principal de la red, el que tiene todo el control de la red, todo el sistema de comunicaciones se hunde.
Por ello, en ARPA (Advanced Research Projects Agency), la agencia de proyectos adelantados de investigación norteamericana, se propuso diseñar un sistema para interconectar ordenadores en red de manera que ninguno de esos ordenadores o nodos fuera decisivo ni imprescindible para el funcionamiento de la red. De ahí nació la primera red de investigación concebida con esta filosofía, Arpanet (la red, net, de ARPA), de la cual deriva la actual Internet.
Parece que la idea fue de J. C. L. Licklider, director de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de la Defensa (DARPA) desde octubre de 1962, pero fue Robert Taylor quien la puso en práctica después de contratar a Larry Roberts, del MIT. La primera red Arpanet se estableció entre los ordenadores de la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), y del Stanford Research Institute, el 29 de octubre de 1969.
La nueva red incorporaba una tecnología innovadora de conmutación de paquetes, desarrollada a instancias de la DARPA, en contraposición a la conmutación de circuitos habitual en la telefonía. Después, hacia 1983, la conjunción de diversas redes informáticas con la misma tecnología (Arpanet de ARPA, Milnet de los militares y CSNET de la investigación informática) acabó creando la llamada red de redes o Internet.
La gestión de la nueva Internet por parte de la National Science Foundation (Fundación Nacional de la Ciencia de Estados Unidos) hizo que algunos emprendedores pidieran convertirse en proveedores de servicios en Internet (ISP: Internet Service Providers) y el uso de la red Internet, inicialmente un proyecto militar reservado, llegó al gran público.
Hoy Internet es, como sabemos, una red sumamente abierta, sin control posible, ya que ningún nodo la domina y controla. Hay que decir que, como proyecto militar que fue en sus orígenes, la red podía ser abierta y sin control, ya que sus usuarios, los militares, sí estaban controlados y sometidos a la disciplina militar. Eso impedía el descontrol de la incipiente Internet: la red era abierta y libre, pero no sus usuarios. Por eso Internet es hoy imprevisible: se trata de una red no regulada en manos de personas escasamente reguladas por leyes siempre retrasadas con respecto a la tecnología.
Por este motivo, siempre hay nuevas posibilidades en Internet, incluso la de la organización espontánea de la creatividad de todos. Se podría decir que Internet es, en cierta medida, un gran proyecto militar fracasado.


(Miquel Barceló es profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña)

miércoles, 21 de octubre de 2009

LA FRENTE ALTA, LA FRENTE TERSA

por Hernán Casciari



Ya no quedan viejas originales de fábrica. Quiero decir encorvadas, vestidas sin estridencia y abocadas a la labor del punto cruz. Ya no queda ni un especimen entrecano y silencioso, al que nombrábamos abuela —aunque no lo fuese— cuando nos pedía ayuda peatonal. Venga que la cruzo, abuela. Ya no queda ni una en las grandes ciudades y en breve no las habrá tampoco en el mundo, por culpa de la mujer actual, que, con tal de no envejecer, prefiere inyectarse botulismo.
Cuando los de mi edad éramos chicos (digamos hace un cuarto de siglo) las señoras que traspasaban los sesenta y cinco años no estaban en la pavada, como ocurre ahora. Las viejas de entonces poseían una especie de saber oculto, rústico y efectivo, para casi todos los males posibles: los del cuerpo, los del corazón y los del alma. Sabían solucionar un dolor de muelas con la ayuda de un sapo, por ejemplo, magia que la vieja moderna ya no practica. Sabía mezclar yema de huevo, azúcar y vino de misa para alegría de los nietos jóvenes; ahora las viejas les compran Danoninos. Sabían, en realidad, utilizar la experiencia de los años, no las avergonzaba el calendario.
Eran tiempos, los de mi infancia, en que todavía podíamos ver por la calle a señoras mayores con canas. Yo ayer estaba sacando cuentas, y hace mucho que no veo una cana verdadera, de mujer, por ninguna parte. No sólo eso, sino que las viejas actuales vuelven de la peluquería con colores estrambóticos: rojos zanahoria, amarillos fluorescentes, infinitas variantes del castaño con reflejos y, desde no hace mucho, hasta una especie de azul metalizado que las hace parecer, además de más viejas, un poco extraterrestres o incluso borrosas; como si les hubieran envuelto el pelo para regalo.
El gran problema es que por culpa de ese peinado horroroso al que le llaman la permanente y que sin embargo no les dura nada, hoy resulta casi imposible reconocer de atrás a una vieja. Todas son iguales.
Las canas que ya no vemos porque se esconden bajo litros de tintura cursi, los arrorrós que los bebés de hoy no escuchan porque sus abuelas modernas están en el bingo o estudiando en la escuela nocturna, la medicina campestre para salvar a los demás que las abuelas de hoy han sustituido por la cirugía dermoestética para salvarse solas, todo aquello, ha empezado a morir con esta nueva generación de mujeres empecinadas en parecerse a una ciruela hinchada, a una caricatura de Lánger, a un hazmerreír que no hace gracia.
¿Por qué ya no tejen escarpines, ni bordan mantillas, ni cuentan historias de aparecidos? ¿Por qué las abuelas de ahora, en lugar de a Gardel, escuchan a Julio Iglesias, y algunas a su hijo Enrique? (Las del pelo azul.) ¿Por qué ya no se espantan las señoras mayores con los chistes picantes, sino que hasta son capaces de contarlos en la sobremesa, sin gracia siempre, sólo para sacar patente de desprejuiciadas? ¿Por qué nuestros hijos habrán de privarse de la calidad de las abuelas que yo tuve, y padecer en cambio a otras que prefieren divorciarse antes que enviudar como dios manda?
La vejez femenina natural, en estos tiempos, sólo crece bajo el amparo de la pobreza. Únicamente vemos el verdadero rostro de una anciana en la mujer que no tiene el capital suficiente para pintarse como una puerta, o para ponerse colágeno, o para inyectarse bottox en las ojeras. Ya no es vieja la que quiere, sino la que no puede dejar de serlo. Estamos en camino, muy cerca ya, de que la vejez sea sólo un síntoma inequívoco de miseria, no de sabiduría o dignidad. Ya no les importará a estas señoras ir con la frente bien alta por la calle, pero sí bien tersa.
Por los fragmentos que alcanzo a oír cuando hablan entre ellas, las viejas de hoy —además— tienen preocupaciones banales, sin sustancia y casi siempre reproducen una charla anodina y ramplona. Ya no saben curar el empacho, ni tirar el cuerito, ni cantar viejos tangos irrecuperables, ni fajar con un poncho los pies de una criatura para que duerma por la noche de un tirón. Las viejas actuales únicamente repiten como loros las nuevas tendencias falsas de las revistas de la peluquería, y desean, más que ninguna otra cosa en este mundo, que nadie sepa nunca la verdadera edad de su vejez.
Para peor, la mercadotecnia les sigue la corriente: las telenovelas actuales ya no están confeccionadas para la anciana venerable de ayer, que buscaba un romanticismo angelical para pasar la tarde, sino para la vieja recauchutada de hoy, para las señoras degeneradas que pululan en este tiempo. Ahora las telenovelas ponen muchachos semidesnudos, untados en aceite, en lugar del recio galán de bigote fino. La vieja de hoy es un monstruo alimentado por la televisión vespertina, y me temo que es poco lo que podemos hacer para salvar a nuestros hijos de su cercanía.
Las pocas viejas sensatas que todavía quedan (lo mismo que el koala y el ford taunus) se irán extinguiendo en la soledad de los geriátricos y en los pueblos chicos, y sólo quedarán estas otras, las siliconadas, las lectoras de best-sellers de quince pesos, las sexuadas, las contemporáneas, las de los perfumes penetrantes, las compradoras de teletienda, las que ven en sus nietos no una segunda oportunidad, sino un dedo que las humilla o las delata.
Y en no muchos años, las criaturas ya no sabrán que en el mundo había ancianas cocineras que empezaban a preparar el estofado cuatro horas antes, ancianas reales con canas y trucos para el mal de amor, cebadoras de los primeros mates dulces, que recitaban coplas antiguas y las repetían mil veces por las tardes de la infancia y que ya son coplas inolvidables,

Negrito, ¿querés café?
No mama, que me hace mal,
¿Y entonces, qué querés?
Chocolate, pal carnaval,

coplas incluso inolvidables treinta años después, cuando el niño ya no es un niño ni vive a la vuelta, ni puede ya despedirse, ni podrá.

(En memoria de Teodolina Longhi de Casciari (1915-2006), la abuela Chola, que era de las sensatas)

lunes, 19 de octubre de 2009

MARADONA: ÉSTE SÍ, EL MEJOR EJEMPLO

Esteban Laureano Maradona: El “Doctorcito Dios” de la selva formoseña(1895 - 1995)

(Autora: Matilde Sellanes)

La historia…
Parecía una parada más. Pero la modorra del convoy se sacudió por los gritos y las manos que se levantaban con más angustia que aires de bienvenida, y clamando sin mucha esperanza por un milagro en aquel paraje olvidado…un médico. Un hombre delgado, de apenas 1, 53 m, se alisó los cabellos oscuros y lacios y con voz amable y firme bajó de inmediato a ofrecerse como tal. Tiempo después, él mismo recordaría su encuentro con su Formosa de monte e indios donde pasaría los siguientes 50 años de su vida con estas palabras y esta sencillez: “Había que tomar una decisión y la tomé. El tren que me llevaba a Tucumán, donde vivía mi hermano, estaba a punto de arrancar. Yo estaba en el andén del Paraje Guaycurri (que con los años sería Estanislao del Campo) cuando vi muchas manos que se alzaban suplicantes y voces ininteligibles que me llamaban en idiomas diferentes. Entonces me subí a un sulky tirado por una mujer cincuentona muy preocupada y me dejé internar en la maleza. Poco después, como dijeron por allá, le había “salvado” la vida a una indiecita que después se me presentó como Mercedes Almirón y que hoy vive en Tucumán rodeada de sus nietos y sus bisnietos. Un parto distócico había estado a punto de terminar con ella y con el bebé. Fue entonces cuando decidí perder mi pasaje en el tren, que aún me aguardaba, y no volver nunca a las comodidades de mi consultorio en Buenos Aires. La bienvenida me la dieron indios, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos, barbudos, harapientos. Yo mismo me di la bienvenida a ese mundo nuevo, aún a riesgo de mi salud y mi vida.”
Sin otro adorno que su simple sencillez narró siempre aquel instante que no sólo cambió su vida, sino que mejoró para siempre la de miles de habitantes de las selvas de Formosa y Chaco, y que alcanzó a indios tobas, matacos, mocovíes y pilagás, a criollos y a inmigrantes. No fue poco: logró erradicar de ese olvidado rincón del país los flagelos de la lepra, el mal de Chagas, la tuberculosis, el cólera, el paludismo y hasta la sífilis, que él entendía como el mal aportado por la civilización, a la que por eso llamaba “sifilización”. Para lograr sus objetivos, juntó lo que podía y como podía de la ciencia médica traída de la Universidad de Buenos Aires, sus propios y extensos estudios como naturalista, su ingenio y su creatividad, y trabajó con métodos y remedios caseros, escribiendo su propia versión del sanitarismo cuando enseñó a sus queridos indios a fabricar ladrillos, a edificar sus casas y a cuidar de su salud.
Inevitablemente alguien lo llamó un día cuando su historia trascendió el monte “el Albert Schweitzer de los tobas y matacos”, y su comentario al respecto ayuda a conocerlo sin necesidad de comparaciones ociosas: “Nunca pude entender quién inventó esas macanas de que yo era como Ghandi o de que era el Albert Schweitzer de la Argentina —comentaba—, eso no me causa gracia porque yo odio el exhibicionismo en cualquiera de sus manifestaciones. Yo soy sólo un médico de monte, que es menos aún que un médico de barrio”. “Schweitzer sí era un hombre ilustre, él sabía música; era un eximio organista, más allá de su gigantesca obra en África. Y cómo pueden compararme con Ghandi, justamente con él, que con la no violencia salvó a todo el pueblo. Y a mí, sólo por haber cumplido con mi deber, me quieren hacer fama, justamente a mí, que siempre me creí el más inútil de los 14 hermanos. Cómo voy a ser un hombre ilustre si de chico fui retraído, taciturno; fui mal alumno, desordenado, rebelde, solitario y de carácter fuerte. Era medio desobediente y a veces prefería quedarme pintando abajo de un ombú antes que leer libros”.
A los 90 años, cuando los dolores de un cuerpo ya entumecido le hicieron partir a su pesar, se despidió sencillamente de “su gente” y se tomó un ómnibus para Santa Fe. Las crónicas nos dicen que las autoridades lo detectaron y le consiguieron una ambulancia para que completara el viaje. Llegó tan mal que fue necesario internarlo por un mes, y pidió expresamente a su familia que siempre fuera en un hospital público. Casi 9 años después, pisando el siglo de vida, con la lucidez que lo acompañó siempre, resumió su vida en un párrafo cuya sencillez y grandeza estremecen: “Así viví muy sobriamente cincuenta y tres años en la selva, hasta que el cuerpo me dijo basta. Un día me sentí morir y me empecé a despedir de los indios, con una mezcla de orgullo y felicidad, porque ya se vestían, se ponían zapatos, eran instruidos. Creo que no hice ninguna otra cosa más que cumplir con mi deber”. Dos lecciones y a cual más grande: una vida de entrega y trabajo y una humildad igualmente épica.

La biografía formal

Maradona nació en Esperanza (Santa Fe) el 4 de julio de 1895, uno de los 14 hijos de Waldino Maradona y Petrona de la Encarnación Villalba, una familia enraizada ya en estas tierras. Descendía, por parte de su padre, de una familia gallega (los Fernández Maradona) llegada desde Chile en la época colonial, a poco de fundarse San Juan, donde finalmente se radicaron y dieron figuras de talla histórica. Del lado materno en cambio la ascendencia era criolla (de Santiago y Buenos Aires), y su infancia transcurrió en gran parte en su estancia de Los Aromos en las barrancas santafecinas del río Coronda. Ya adolescente, la familia se trasladó a Buenos Aires, donde se recibió dos décadas después de médico (1928).
Se instaló unos meses en la Capital Federal y luego en Resistencia, Chaco. Y allí estaba en 1930, cuando la revolución de Uriburu depuso al presidente Hipólito Yrigoyen. Si bien nunca había sido yrigoyenista sino acaso lo contrario, asumió como ciudadano defender la democracia y el gobierno constitucional, pronunciando entonces fogosas conferencias en las plazas públicas, que le valieron inmediatas persecuciones. En el entusiasmo de la juventud acaso esa experiencia lo marcara, porque nunca luego llegó a practicarla seriamente y definitivamente se apartó de ella. “Pese a que llegué a ser candidato a diputado por el Partido Unitario —recordaba a propósito del tema—, la política nunca ocupó el centro de mi vida; los políticos, en su mayoría, siempre dicen una cosa y hacen otra, muchas veces desvirtúan la democracia para hacer demagogia en nombre de ella”.
Perseguido por el régimen que derrocara a Yrigoyen, partió para Paraguay, donde comenzaba entonces la Guerra del Chaco Boreal, con apenas una valija de ropa, un revólver 38 y su diploma de médico como todo equipaje. Ya llegado, ofreció sus servicios a un comisario de Asunción, pero pidió que no lo sometieran a ninguna bandera porque su único fin era el “humano y cristiano de restañar las heridas de los pobres soldados que caen en el campo de batalla por desinteligencias de los que gobiernan”. Tan nobles palabras le valieron la cárcel por unos días: no le creyeron y lo tomaron por un espía argentino. Poco después, ya liberado, lo tomaron como camillero en el Hospital Naval, donde en tres años llegó a ser director, atendiendo en esa etapa a cientos de soldados de ambos bandos. Fue para ese entonces que conoció a la que sería el único amor de su vida: Aurora Ebaly, una jovencita de 20 años descendiente de irlandeses y sobrina del presidente paraguayo. Ya comprometidos, el romance estaba llamado a ser fugaz: el 31 de diciembre de 1934 Aurora murió con el año, víctima de la fiebre tifoidea. Pero fue largo el recuerdo que Maradona encendió en su memoria, pues no se casó nunca y nunca volvió a noviar.
Acaso el dolor del duelo fue uno de los motivos que lo alejaron de Paraguay no bien terminó la guerra. Tras donar los sueldos que ganó a soldados paraguayos y a la Cruz Roja, escapó, de los honores y agasajos que le realizaron. No pocos dijeron que este médico tuvo mucho que ver con el fin de la guerra, pero él mismo se encargó de minimizar las versiones: “Pese a lo que algunos dijeron, yo no fui quien directamente hizo firmar la paz entre ambos países. Solamente colaboré para que se juntaran las comisiones que habían viajado desde Europa con los delegados de Bolivia y Paraguay”.
Volvió entonces a Argentina. Había proyectado las etapas de su viaje: regresaría a su país en barco, hasta Formosa, y allí tomaría el tren que pasaba por Salta, Jujuy y Tucumán; en esta ciudad visitaría a un hermano, que era intendente; después llegaría a Buenos Aires, donde vivía su madre. Fue en ese tren donde le salió al encuentro su destino definitivo en el monte formoseño. El próximo pasaba a los tres o cuatro días, y en ese intervalo la gente del lugar y de los campos vecinos acudió a hacerse asistir, y todos le pidieron insistentemente que se quedara, ya que no había ningún médico en muchas leguas a la redonda. Y también fue entonces cuando simplemente, y según sus palabras, “Había que tomar una decisión y la tomé… quedarme donde me necesitaban. Y me quedé 53 años de mi vida.”

Y se estableció en Estanislao del Campo, entonces el Paraje Guaycurri, un villorrio formoseño sin agua corriente, gas, luz o teléfono. Y a poco de vivir allí, vio aparecer a los aborígenes de las cercanías, tobas y pilagás. Llegaban de cuando en cuando, como espectros en fuga, miserables, desnutridos y enfermos, a los comercios y viviendas de los límites del poblado, ofreciendo canjear plumas de avestruces, arcos, flechas y otras artesanías por alguna ropa o alimento que necesitaban. El corazón de Maradona se conmovió y latió con ellos, con su dolor y su desamparo, y se transformó en un compromiso asumido como obligación moral de hacer algo por ellos, desde entonces y durante toda su vida. E hizo muchísimo: no es fácil resumirlo, el lector habrá de llenar los espacios cotidianos que mediaron en medio siglo… Primero acercarse, ganar su confianza demasiado herida, atenderlos, curarlos, oírlos y aprender sus lenguas y costumbres hasta ser aceptado en las tribus.
Y en el monte y las tolderías se escribió el capítulo más admirable de este hombre de extraordinaria riqueza y fuerza espiritual volcada en amor a su prójimo más necesitado. Su labor no se circunscribió solamente a la asistencia sanitaria: convivió con ellos, se interiorizó de las múltiples necesidades que padecían y trató de ayudarlos también en todos los aspectos que pudo: económicos, culturales, humanos y sociales. Realizó gestiones ante el Gobierno del Territorio Nacional de Formosa y obtuvo que se les adjudicara una fracción de tierras fiscales. Allí, reuniendo a cerca de cuatrocientos naturales, fundó con éstos una Colonia Aborigen, a la que bautizó “Juan Bautista Alberdi”, en homenaje al autor de “Las Bases . . .”, colonia que fue oficializada en 1948. Les enseñó algunas faenas agrícolas, especialmente a cultivar el algodón, a cocer ladrillos y a construir sencillos edificios. A la vez, los atendía sanitariamente, todo, por supuesto, de manera gratuita y benéfica, hasta el extremo de invertir su propio dinero para comprarles arados y semillas. Cuando edificaron la Escuela, enseñó como maestro durante tres años, hasta que llegó un docente nombrado por el gobierno.
Era además un apasionado de las ciencias naturales. Inspirado por la riqueza natural del monte formoseño, escribió una veintena de libros, la mayoría inéditos, sobre etnografía, lingüística, mitología indígena, dendrología, zoología, botánica, leprología, historia, sociología y topografía. Varias veces le ofrecieron puestos; nunca prestó conformidad. En 1981 un jurado compuesto por representantes de organismos oficiales, de entidades médicas y de laboratorios medicinales, lo distinguió con el premio al “Médico Rural Iberoamericano”, que se adjudicaba acompañado de importante suma de dinero. Rechazó a ésta de plano, y en el mismo acto de la entrega, logró que con ese fondo se instituyeran becas para estudiantes que aspiraban a ser médicos rurales. Cuando ya era anciano, el gobierno quiso destinarle una pensión vitalicia; tampoco aceptó. Su norma inquebrantable de conducta rezaba “todo para los demás, nada para mí”.
Fue postulado tres veces para el Premio Nobel y recibió decenas de premios nacionales e internacionales, entre los que se cuenta el Premio Estrella de la Medicina para la Paz, que le entregó la ONU en 1987. Sin embargo, no le importaban los honores. Había escrito su historia en el silencio, y la fama lo asaltó tiñendo su figura de ribetes legendarios y valores espirituales alejados de las sociedades de este tiempo, que paradójicamente lo admiraron por ello. Esa notoriedad le fue tan ajena como los homenajes o las retribuciones dinerarias: simplemente no alteraba su vida ni la aceptaba como algo merecido o que valiera la pena. En una carta dirigida a Eduardo Bernardi, al referirse a los premios, escribió: “Es todo humo que se disipa en el espacio”. Sus frases, siempre amables y sin altisonancias, son en sí mismas un legado más para la reflexión cuando ya su figura es una ausencia grande:
“Si algún asomo de mérito me asiste en el desempeño de mi profesión, éste es bien limitado; yo no he hecho más que cumplir con el clásico juramento hipocrático de hacer el bien”.
“Muchas veces se ha dicho que vivir en austeridad, humilde y solidariamente, es renunciar a uno mismo. En realidad ello es realizarse íntegramente como hombre en la dimensión magnífica para la cual fue creado” ….”estoy satisfecho de haber hecho el bien en lo posible a nuestro prójimo, sobre todo al más necesitado y lo continuaré haciendo hasta que Dios diga basta”.



Y mucho bien hizo, y ese bien habría de ser muy necesitado, pues Dios tardó en decir basta. Recién cuando ya desbordaba los 91 años a mediados de 1986, enfermó y aceptó ir a vivir en Rosario con la familia. Su sobrino, el doctor José Ignacio Maradona y su esposa Amelia, junto a sus diez hijos, lo rodearon de afecto los nueve últimos años de su vida. De una lucidez asombrosa, que conservó hasta su muerte, estudiaba con los más chicos medicina e Historia. Su más cercano amigo durante 35 años, Abel Bassanese, cuenta que en el día anterior al de su deceso habían estudiado temas sobre el Virreinato del Río de la Plata. Murió de vejez, sin sufrimientos físicos ni morales -en la santa paz de los buenos y justos- poco después de despuntar la mañana del 14 de enero de 1995, cuando le faltaban apenas unos meses para cumplir los cien años.
Su recuerdo, tal como quizá lo hubiera querido, se funde con el homenaje a todos los médicos rurales argentinos, cuyas historias anónimas nos esconden sus nombres y sus desvelos: el 4 de julio, día de su nacimiento ha sido declarado por ley Día Nacional del Médico Rural.
(Nota cedida gentilmente por el blog Scouts en Riesgo)

sábado, 17 de octubre de 2009

¡MILES DE HORAS DE TETRIS PUEDEN HABER SERVIDO...!


EFECTOS BENEFICIOSOS DEL VIDEOJUEGO TETRIS SOBRE EL CEREBRO HUMANO


Una serie de escaneos de cerebros humanos muestra que jugar con el videojuego Tetris hace que la corteza cerebral sea más gruesa, y también incrementa la eficiencia del cerebro. El hallazgo es fruto de una nueva investigación realizada por un equipo de científicos de la Mind Research Network.
Con sede en Albuquerque, Nuevo México, esta organización está formada por científicos de diversas especialidades, ubicados en universidades, laboratorios nacionales y centros de investigación de todas partes del mundo.
Los autores del estudio se valieron de escaneos mentales y de un videojuego, el popular y veterano Tetris, para investigar si la práctica hace eficiente al cerebro debido a un incremento de materia gris.
Durante un periodo de 3 meses, 26 muchachas adolescentes jugaron al Tetris durante 30 minutos al día. Este videojuego requiere de una combinación de habilidades cognitivas. Las chicas fueron sometidas a escaneos de resonancia magnética funcional y estructural por imágenes, antes y después del periodo de práctica de tres meses, al igual que las del grupo de control que no jugaron al Tetris. Se utilizó una MRI estructural para evaluar el espesor cortical, y una MRI funcional para evaluar la eficiencia de la actividad cerebral. Las muchachas que dedicaron al Tetris la media hora diaria mostraron una mayor eficiencia cerebral, un resultado que concuerda con los de estudios previos. En comparación con el grupo de control, las muchachas del Tetris también tenían una corteza más gruesa, pero no en las mismas áreas del cerebro donde se registraba la eficiencia.

Las áreas del cerebro que mostraron la corteza relativamente más gruesa fueron el Área de Brodmann (BA) 6 en el lóbulo frontal izquierdo, y las BA 22 y BA 38 en el lóbulo temporal izquierdo. Los científicos consideran que la BA 6 interviene en la planificación de movimientos complejos y coordinados. Se piensa que la BA 22 y la BA 38 constituyen la parte del cerebro activa en la integración multisensorial, es decir la coordinación de la información visual, táctil, auditiva y fisiológica interna de nuestro cerebro.
Los escaneos mediante resonancia magnética funcional por imágenes (fMRI) mostraron mayor eficiencia después de la práctica con el videojuego, mayormente en ciertas áreas asociadas con el lenguaje, el razonamiento y el pensamiento crítico.


(Información suministrada por el Periódico Nuevo Enfoque, N° 154, El Salvador)



viernes, 9 de octubre de 2009

CÓMO ARREGLAR UN MUNDO ROTO




Un científico que vivía preocupado con los problemas del mundo estaba resulto a encontrar los medios para aminorarlos. Pasaba días en su laboratorio en busca de respuestas para sus dudas.
Cierto día, su hijo de seis años invadió su santuario, decidido a ayudarlo a trabajar. El científico, nervioso por la interrupción, le pidió que fuese a jugar a otro lugar. Viendo que era imposible sacarlo, el padre pensó en algo que pudiera entretenerlo.
De repente se encontró con una revista, donde había un mapa con el mundo, justo lo que necesitaba! Con unas tijeras recortó el mapa en varios pedazos, y junto con un rollo de tela adhesiva, se lo entregó a su hijo, diciendo:
-Como te gustan los rompecabezas, te voy a dar el mundo todo roto para que lo repares sin ayuda de nadie.
Entonces calculó que al pequeño le llevaría diez días componer el mapa. Pero no fue así. Pasadas algunas horas, escuchó la voz del niño que lo llamaba calmadamente.
-Papá, papá, ya lo he montado, conseguí terminarlo!
Al principio el padre no creyó al niño. Pensó que sería imposible que, a su edad, hubiese conseguido componer un mapa que jamás había visto antes. Desconfiado, el científico levantó la vista de sus anotaciones con la certeza de que vería el trabajo digno de un niño.
Para su sorpresa, el mapa estaba completo. Todos los pedazos habían sido colocados en sus debidos lugares. ¿Cómo era posible? ¿Cómo el niño había sido capaz?
-Hijito, tú no sabes cómo era el mundo. ¿Cómo lo lograste?
-Papá, yo no sabía cómo era el mundo, pero cuando sacaste el mapa de la revista para recortarlo, vi que del otro lado estaba la figura de un hombre. Así que di vuelta a los recortes y comencé a recomponer el hombre, que sí sabía cómo era. Cuando conseguí arreglar al hombre, di vuelta a la hoja y vi que había arreglado el mundo.

Palabras clave:

"Cuando conseguí arreglar al hombre di vuelta a la hoja y vi que había arreglado el mundo...!"


sábado, 3 de octubre de 2009

CUMPLEAÑOS DE GANDHI Y MARCHA MUNDIAL POR LA PAZ


La Marcha Mundial por la Paz y la No Violencia, caminata multitudinaria que comienza en Wellington, Nueva Zelanda, y dará la vuelta a la Tierra en 90 días, se inició este viernes 2 de octubre, coincidentemente con el día en que nació el líder pacifista Mahatma Gandhi.

Entre los grandes teóricos que modificaron la configuración política e ideológica del mundo en el siglo XX, figura este hombre de austeridad inflexible y absoluta modestia, que se quejaba del título de Mahatma ('Gran Alma') que le había dado, contra su voluntad, el poeta Rabindranath Tagore. En un país en que la política era sinónimo de corrupción, Gandhi introdujo la ética en ese dominio a través de la prédica y el ejemplo. Vivió en una pobreza sin paliativos, jamás concedió prebendas a sus familiares, y rechazó siempre el poder político, antes y después de la liberación de la India. Este rechazo convirtió al líder de la no-violencia en un caso único entre los revolucionarios de todos los tiempos.
El descubrimiento de Oriente



Mohandas Karamchand Gandhi nació el 2 de octubre de 1869 en un remoto lugar de la India, en la ciudad costera de Porbandar, del distrito de Gujarat. Éste era entonces un mosaico de minúsculos principados, cuyos gobernantes tenían un poder absoluto sobre la vida de sus súbditos. Su padre, Karamchand Gandhi, era el primer ministro de Porbandar y pertenecía a la casta de los banias, mercaderes de proverbial astucia y habilidad en el comercio. Su madre, llamada Putlibai, procedía de la secta de los pranamis, quienes mezclaban el hinduismo con las enseñanzas del Corán. Era una mujer profundamente religiosa y austera que dividía su tiempo entre el templo y el cuidado de los suyos, amén de practicar frecuentes ayunos. En la formación espiritual de Mohandas, que sentía un ilimitado amor por sus padres, además de la adoración a la diosa Visnú que profesaba la familia, concurrieron una serie de culturas y credos amalgamados: el hindú, el musulmán, el jain. Este último tuvo especial influencia en su filosofía: los jains practicaban la no-violencia no sólo con los animales y los seres humanos, sino incluso con las plantas, los microbios, el agua, el fuego y el viento.

Ejemplo típico de tardía genialidad, Mohandas fue un adolescente silencioso, retraído y nada brillante en los estudios, que pasó sin llamar la atención por las escuelas de Rajkot. A los trece años, siguiendo la costumbre hindú, lo casaron con una niña de su edad llamada Kasturbai, de quien estaba prometido desde los seis años sin saberlo. El joven esposo se enamoró apasionadamente de la muchacha, y por hacer el amor con ella abandonó el lecho de su padre moribundo la misma noche en que éste murió. El suceso dejó una culpa imborrable en Gandhi, que más tarde se declararía en contra del matrimonio entre niños y a favor de la continencia sexual.

Como sus calificaciones no mejoraron en el instituto, la familia decidió enviarlo a Londres para seguir los cursos de abogacía del Inner Temple, cuyas exigencias eran menores que las de las universidades indias. Con tanto miedo como excitación, el muchacho se embarcó en Bombay en septiembre de 1888. Tenía diecinueve años y acababa de ser padre por primera vez. Antes de partir había prometido solemnemente a su madre no seguir la costumbre inglesa de comer carne, dado que el visnuismo lo prohibía. Varias veces en su adolescencia había transgredido tal norma, impulsado por un amigo que le aconsejaba la carne para parecerse en fortaleza a los ingleses.

En Londres vivió tres años, entre 1888 y 1891, período en que se produjo uno de los hechos más determinantes de su vocación: el descubrimiento de Oriente a través de Occidente. En efecto, en la capital inglesa comenzó a frecuentar a los teósofos, quienes lo iniciaron en la lectura del primer clásico indio, el Bhagavad Gita, al que llegaría a considerar «el libro por excelencia para el conocimiento de la verdad». También allí entró en contacto con las enseñanzas de Cristo, y durante un tiempo se sintió tan atraído por la ética cristiana que dudó entre ésta y el hinduismo. De esa época son sus intentos de sintetizar los preceptos del budismo, el cristianismo, el islamismo y su religión natal, a través de lo que señaló como el principio unificador de todos ellos: la idea de renunciación.

En estos años decisivos para su formación intelectual leyó a Tolstói, en quien más tarde encontraría el guía para el perfeccionamiento de la práctica y la teoría de la no-violencia. Y cuando regresó a la India con el título de abogado, lo hizo con sus señas de identidad orientales: había ido en busca de la sabiduría occidental y retornaba con el secreto que había hecho sabios a los hindúes.

Los primeros experimentos de la resistencia gandhista

Al volver a Porbandar encontró a su familia desintegrada: la madre había muerto poco antes y los Gandhi habían perdido toda influencia en la corte principesca. Como abogado no halló muchas perspectivas, ya que su primera actuación profesional terminó en un humillante fracaso, pues enmudeció al dirigirse al tribunal y no pudo continuar. Fue entonces cuando una factoría comercial musulmana le ofreció un contrato para atender un caso de la empresa en Durban, y Gandhi no dejó pasar la oportunidad. Se embarcó hacia Sudáfrica en 1893.

En el país de los antiguos colonos holandeses vivía una colonia hindú formada en su mayoría por trabajadores, a quienes los ingleses llamaban despectivamente sami. Carecían de todo derecho, se les despreciaba y discriminaba racialmente, como pudo comprobar en carne propia el joven abogado durante algunos de sus viajes en ferrocarril. Pero la situación era más grave aún de lo que parecía. Terminado su trabajo, Gandhi estaba a punto de regresar a la India cuando se enteró de la existencia de un proyecto de ley para retirar el derecho de sufragio a los hindúes. Decidió entonces aplazar la partida un mes para organizar la resistencia de sus compatriotas, y el mes se convirtió en veintidós años.

Gandhi

Durante esa larga etapa de su vida, su mayor preocupación fue la liberación de la comunidad india, y en ella fue dando forma a las armas de lucha que más tarde utilizaría e su país. En los primeros años, convencido de las buenas intenciones del colonialismo británico, abrió un bufete para defender a sus compatriotas ante los tribunales en Johannesburgo y se propuso articular un movimiento dedicado a la agitación por medios legales. Fundó el periódico "The Indian Opinion", para aglutinar a la comunidad india y, como instrumento de agitación legal, creó el Congreso Indio de Natal. Sus simpatías anglófilas le llevaron durante la guerra contra los bóers a organizar el Cuerpo Indio de Ambulancias, acción que mereció duras críticas por parte de los nacionalistas indios.

A partir de 1904 la actividad de Gandhi sufrió un cambio notable: después de leer la crítica del capitalismo contenida en "Unto The Last", de John Ruskin, modificó su estilo de vida y pasó a llevar una sencilla existencia comunitaria en las afueras de Johannesburgo donde fundó una comuna llamada Tolstói. En esa época bosquejó la teoría del activismo no-violento, que puso en marcha por primera vez para oponerse a la ley de registro. Esta ley obligaba a todos los indios a inscribirse en un registro especial con sus huellas dactilares. Gandhi ordenó a sus compatriotas que no se inscribieran, que comerciaran en las calles sin licencia y, más tarde, que quemaran sus tarjetas de registro frente a la mezquita de Johannesburgo. Como muchos de sus seguidores, fue a parar a la cárcel varias veces, pero el movimiento de resistencia civil obtuvo varios éxitos parciales.

En 1913 la protesta contra un impuesto considerado injusto se tradujo en una marcha a través del Transvaal, hasta Natal. Al año siguiente las autoridades británicas dieron marcha atrás con dicho impuesto y autorizaron a los asiáticos a residir en Natal como trabajadores libres. La victoria parecía total, y Gandhi, que había abandonado las vestimentas europeas en señal de protesta, partió definitivamente de Sudáfrica con su mujer y sus hijos. A largo plazo todos los logros de la comunidad india se perdieron y las autoridades de aquel país endurecieron aún más su política racista, pero Sudáfrica había sido el banco de pruebas donde Gandhi desarrolló y comprobó las tácticas que más tarde habría de utilizar en su tierra natal.

El Mahatma

Gandhi llegó a la India en 1915 como un verdadero héroe, con la aureola de sus campañas en el extranjero. Las masas de Bombay le tributaron un caluroso recibimiento, el gobernador inglés acudió a saludarlo y el poeta Rabindranath Tagore le dio la bienvenida en su Universidad Libre de Santiniketan. A poco de llegar, en la ciudad de Ahmedabad fundó una comunidad casi monástica en la que estaban prohibidas las vestimentas extranjeras, las comidas con especias y la propiedad privada. Sus miembros se dedicaban únicamente a dos trabajos materiales: la agricultura, para obtener el sustento, y el tejido a mano, para procurarse el abrigo. Aquí dio comienzo a una lucha que Gandhi habría de sostener durante toda su vida: la batalla contra las lacras del hinduismo y a favor de los intocables. El primer paso fue admitirlos como miembros de la comunidad.

En esos primeros años Gandhi abandonó toda agitación política a fin de apoyar los esfuerzos bélicos de Gran Bretaña en la Primera Guerra Mundial, llegando incluso al reclutamiento de soldados para el ejército inglés. Su entrada en la política india no se produjo hasta febrero de 1919, cuando la aprobación de la Ley Rowlatt, que establecía la censura y señalaba duras penas para cualquier sospechoso de terrorismo o sedición, le abrió los ojos acerca de las verdaderas intenciones de los imperialistas ingleses en su país. Gandhi pasó entonces a encabezar la oposición a la ley. Organizó una campaña de propaganda a nivel nacional mediante la no-violencia, que comenzó con una huelga general. Ésta pronto se extendió a todo el país y las protestas se sucedieron en las principales ciudades, donde se registraron algunos focos de violencia pese a la insistencia del líder en el carácter pacífico de las manifestaciones. Cuando acudía a Delhi a apaciguar la población, Gandhi fue detenido. Días después, el 13 de abril, el brigadier general Dyer ordenaba disparar a sus gurkas sobre la multitud reunida en el Jallianwala Bagh de la ciudad de Amritsar. La dominación inglesa había mostrado su verdadero rostro sanguinario y brutal: casi cuatrocientas personas fueron asesinadas y otras miles heridas. Pero las autoridades británicas se vieron obligadas a reconsiderar sus tácticas y la Ley Rowlatt jamás entró en vigor.

En los años siguientes a la masacre de Amritsar, Gandhi se convirtió en el líder nacionalista indiscutido, alcanzando la presidencia del Congreso Nacional Indio -partido fundado por Alan Octavius Hume en 1885-, que él supo convertir en un instrumento efectivo en pro de la independencia. De una agrupación de las clases medias urbanas, pasó a ser una organización de masas enraizada en los pueblos y en el campesinado. Se pusieron en marcha las grandes campañas de desobediencia civil, que iban desde la negativa masiva a pagar impuestos hasta el boicot a las autoridades. Miles de indios llenaron las cárceles y el mismo Gandhi fue detenido en marzo de 1922. Diez días más tarde comenzaba «el Gran Juicio», en que el Mahatma se declaró culpable y consideró la sentencia a seis años de prisión como un honor, con lo que la sesión terminó con una reverencia mutua entre juez y acusado.

Cuando salió de la cárcel -una apendicitis hizo que las autoridades coloniales lo liberaran en 1924-, encontró que el panorama político se había modificado en su ausencia: el Partido del Congreso se había dividido en dos facciones y la unidad entre hindúes y musulmanes, conseguida con el movimiento de desobediencia civil, había desaparecido. Gandhi decidió entonces retirarse de la política, para vivir como un anacoreta, en absoluta pobreza y buscando el silencio como fuerza regenerativa. Retirado en su Ashram se convirtió en esos años en el jefe espiritual de la India, en el dirigente religioso de fama internacional que muchos occidentales en busca de la paz espiritual trataban como un gurú.

Su retiro finalizó de manera brusca en 1927, cuando el gobierno británico nombró una comisión encargada de la reforma de la Constitución, en la que no participaba ningún nativo. A la cabeza de la lucha política, Gandhi consiguió que todos los partidos del país hicieran el boicot a dicha comisión. Poco después, la huelga de Bardoli, en apoyo a la negativa a pagar impuestos, terminaba en un éxito total. La victoria del movimiento animó al Congreso a declarar la independencia de la India, el 26 de enero de 1930, y se encargó al Mahatma la dirección de la campaña de no violencia para llevar a la práctica la resolución. Éste eligió como objetivo de la misma el monopolio de la sal que afectaba particularmente a los pobres-, y partió de Sabartami el 12 de marzo con 79 voluntarios con rumbo a Dandi, población costera distante 385 kilómetros. El pequeño movimiento se extendió como las olas de un estanque hasta alcanzar toda la India: los campesinos sembraban de ramas verdes los caminos por donde pasaría ese hombre pequeño y semidesnudo, con un bastón de bambú, camino del mar y al frente de un enorme ejército pacífico. El día del aniversario de la masacre de Amritsar, Gandhi llegó a orillas del mar y cogió un puñado de sal. Desde ese momento la desobediencia civil fue imparable: diputados y funcionarios locales dimitieron, los prohombres locales abandonaron sus puestos, los soldados del ejército indio se negaron a disparar sobre los manifestantes, las mujeres se adhirieron al movimiento, mientras los seguidores de Gandhi invadían pacíficamente las fábricas de sal.

Nehru y Gandhi



La campaña terminó con un pacto de compromiso entre Gandhi y el virrey de su majestad británica, en virtud del cual se legalizaba la producción de sal y se liberaban los cerca de 100.000 presos detenidos durante las movilizaciones. Por otra parte, Gandhi era enviado a Londres para participar en la conferencia que discutía los pasos a seguir para establecer un gobierno constitucional en la India. La presencia del Mahatma en Inglaterra, al margen de la gran acogida popular que le dispensaron los barrios londinenses, no supuso resultados favorables para la causa, y al regresar a su país se encontró con que Nehru y otros líderes del Congreso se hallaban una vez más en prisión.

Hacia la independencia

Varias veces en su vida Gandhi recurrió a los ayunos como medio de presión contra el poder, como forma de lucha espectacular y dramática para detener la violencia o llamar la atención de las masas. La falta de humanidad del sistema de castas, que condenaba a los parias a la absoluta indigencia y ostracismo, hizo que Gandhi convirtiera la abolición de la intocabilidad en una meta fundamental de sus esfuerzos. Y desde la prisión de Yervada, donde había sido confinado nuevamente, realizó un «ayuno hasta la muerte» en contra de la celebración de elecciones separadas de hindúes y parias. Ello obligó a todos los líderes políticos a acudir junto a su lecho de prisionero para firmar un pacto con el consentimiento inglés. La labor de «pedagogía popular» para curar a la sociedad hindú de sus llagas no terminó aquí. Distanciado del Congreso ante la decepción que le provocaban las maniobras de los políticos, se dedicó a visitar pueblos lejanos, insistiendo en la educación popular, en la prohibición del alcohol, en la liberación espiritual del hombre.

El estallido de la Segunda Guerra Mundial fue el motivo de que Gandhi, una vez más, retornara al primer plano político. Su oposición al conflicto bélico era absoluta y no compartía la opinión de Nehru y otros líderes del Congreso, proclives a apoyar la lucha contra el fascismo. Pero la decisión del virrey de incorporar el subcontinente a los preparativos bélicos de Gran Bretaña sin consultar con los políticos locales, clarificó las aguas, provocando la dimisión en masa de los ministros pertenecientes al Congreso. Tras la toma de Rangún por los japoneses, Gandhi exigió la completa independencia de la India, para que el país pudiera escoger libremente sus decisiones. Al día siguiente, el 9 de agosto de 1942, era arrestado junto a otros miembros del Congreso, lo que produjo una sublevación en masa de los nativos, seguida por una serie de revueltas violentas en todo el territorio indio. Ésta fue la última prisión del Mahatma y quizá la más dolorosa, porque desde su presidio en Poona se enteró de la muerte de su mujer, Kasturbai. Era ya un anciano frágil y debilitado cuando salió en libertad en el año 1944.

Finalizada la guerra, y tras la subida al poder de los laboristas en Inglaterra, Gandhi desempeñó un rol fundamental en las negociaciones que llevaron a la liberación. Sin embargo, su postura opuesta a la partición del subcontinente nada pudo contra la determinación del líder de la Liga Musulmana, Jinnah, defensor de la separación del Pakistán. Dolido por lo que consideró una traición, en 1946 el Mahatma vio con horror cómo los antiguos fantasmas indios resurgían durante la celebración del Nombramiento de Nehru como primer jefe de gobierno, que fue pretexto de violentos disturbios motivados por la pugna entre hindúes y musulmanes.

Gandhi se trasladó a Noakhali, donde habían comenzado los enfrentamientos, y caminó de pueblo en pueblo, descalzo, tratando de detener las masacres que acompañaron a la partición en Bengala, Calcuta, Bihar, Cachemira y Delhi. Pero sus esfuerzos sólo sirvieron para acrecentar el odio que sentían por él los fanáticos extremistas de ambos pueblos: los hindúes atentaron contra su vida en Calcuta y los musulmanes hicieron lo propio en Noakhali. Durante sus últimos días en Delhi llevó a cabo un ayuno para reconciliar a las dos comunidades, lo cual afectó gravemente su salud. Aun así, apareció de nuevo ante el público unos días antes de su muerte.

El 30 de enero de 1948, cuando al anochecer se dirigía a la plegaria comunitaria, fue alcanzado por las balas de un joven hindú. Tal como lo había predicho a su nieta, murió como un verdadero Mahatma, con la palabra Rama ('Dios') en sus labios. Como dijo Einstein, «quizá las generaciones venideras duden alguna vez de que un hombre semejante fuese una realidad de carne y hueso en este mundo».

Información suministrada por www.biografiasyvidas.com