miércoles, 14 de mayo de 2014

La cajita y la rosa amarilla



Lo lloré como quien llora a un amigo muy querido. Con lágrimas en catarata y puteadas entrecortadas. Lo lloré como se llora a uno de esos amigos con los que se ha vivido momentos inolvidables, junto a quien uno se ha emocionado profundamente, ha suspirado, se ha reído, lo ha mirado con gran afecto por los buenos tiempos pasados juntos.
Lo lloré como se llora a un familiar pintoresco a quien uno ve poco pero de quien sabe mucho. Lo lloré con tristeza enorme y resignación egoísta, porque sé que aunque ya no esté, puedo revivir cuando quiera esos momentos inolvidables, esas emociones, esos suspiros, porque ahí están sus libros.
Pero lo lloré también con la amargura de quien sabe que no habrá de nuevo la ansiedad de la espera, el descubrimiento de una historia. 
A casi un mes de su muerte, miro la foto de esa cajita pulida y prolija, junto a la rosa amarilla, y no puedo creer que todo termine así, en poco más que un puñado de cenizas. Que todos los mundos que vivían en esa cabeza y que no llegaron a materializarse en palabras, están ahí, perdidos para siempre. Sin magia que los recupere.
Y a casi un mes, me enojo de nuevo, se me hace un nudo en la garganta otra vez. 
Algunos, como Borges, Cortázar o Gabo, no deberían morirse nunca.

Photobucket 

No hay comentarios.:

Publicar un comentario