viernes, 28 de agosto de 2009

Internet y papel, un viaje de ida y vuelta.

La primera impresión cuando Internet estalló (es decir, cuando se difundió a niveles masivos) fue de que el mundo ya había cambiado por completo. La sensación general era que había que adaptarse con urgencia a los nuevos tiempos y todos los formatos de contenido conocidos (periodismo escrito, producción literaria, programas de radio y audios en general, cine y televisión) se apresuraron por encontrar su espacio en la Red.
Pasado el tiempo, sin embargo, el fenómeno de pasaje y traducción al medio web resultó no del todo unilateral. En los últimos años, medios y productos nacidos en Internet iniciaron su camino de vuelta hacia el papel. Ejemplos hay muchos y variados, y vienen ocurriendo desde hace algunos años a esta parte, como en los casos que siguen.

Oblogo (un proyecto de Buenos Aires, Argentina) es una publicación gratuita física (es decir, impresa), pero compuesta enteramente de textos tomados de blogs. Tiene un formato de revista, con una tapa en colores que exhibe la ilustración semanal. Si bien apuesta al papel, la publicación usa recursos de comunidad propios de la web 2.0: permite recomendar qué blogs se deberían incluir en cada edición, recibe votos de los lectores acerca de los contenidos seleccionados y exhibe imágenes (fotografías, arte digital, dibujos) que le acercan los usuarios para ilustrar sus páginas. Todo bien participativo, como ocurre en Internet, pero llevado a subtes, bares y espacios públicos en general, para el disfrute de la lectura off line.

Tal vez las blogonovelas (o el armado de una historia on line a través de publicaciones sucesivas en torno a los mismos personajes y a partir de una situación básica) fueron una suerte de punta de lanza. El éxito de seguidores de Weblog de una mujer gorda, creación de Hernán Casciari, llamó la atención de las editoriales y así se lanzó como libro, retitulado Más respeto que soy tu madre. Pero la cosa no quedó ahí. Antonio Gasalla, gran artista y productor de espectáculos argentino, se animó a adaptar el contenido para teatro y desde entonces la obra (hoy, una comedia) está en cartel con gran éxito de público. Otro caso similar es el de Ciega a citas (de Carolina Aguirre), que no solo se convirtió en libro, sino que también se está guionando para serie de televisión.
Los responsables del sitio Taringa! (el portal de Internet más visitado de la Argentina) también se decidieron a llevar lo que consideraron sus contenidos más valiosos (generados, en esta red, por "la inteligencia colectiva" -como la llaman ellos- de los 2,5 millones de usuarios que tienen) a libro. Taringa! (el título de la recopilación) incluye, en más de 200 páginas en colores, consejos, recetas, ilustraciones y recomendados de los posts más visitados.
Pocos emprendimientos tan asociados a la web 2.0 como Wikipedia, la enciclopedia virtual colaborativa. Y, sin embargo, ya se ofrece un servicio por el cual uno puede encargar la impresión de los artículos que elija. Para una lectura más cómoda, hoy en día se puede pedir una impresión según demanda, personalizada, de la selección de entradas que prefiramos.
Parece ser que el libro, los medios impresos, la ficción, no han muerto, como se anunciaba hace un tiempo, sino que se han reconvertido. Hoy en día, el blog y los contenidos virtuales se aproximan al formato periódico o libro para conseguir mayor audiencia. Tal vez, incluso, para acceder a una legitimidad tradicional que todavía no resulta del todo superflua. Y también, sin duda, para satisfacer a un público que todavía anhela leer en cualquier parte, sin la necesidad de estar conectado y sin que deba ser en pantalla, sino mediante el encanto conocido de pasar las páginas con el dedo. Al parecer, al menos por el momento, un medio (el físico, el de papel) y otro (el virtual, el de Internet) no se sustituyen: se complementan, conviven, se enriquecen.


(Editorial publicado en el Boletín de Libros en Red)
 
 
 
 
 

jueves, 27 de agosto de 2009

El Ingenuo

Cada aurora (nos dicen) maquina maravillas
capaces de torcer la más terca fortuna;
hay pisadas humanas que han medido la luna
y el insomnio devasta los años y las millas.
En el azul acechan públicas pesadillas
que entenebran el día. No hay en el orbe una
cosa que no sea otra, o contraria, o ninguna.
A mi sólo me inquietan las sorpresas sencillas.
Me asombra que una llave pueda abrir una puerta,
me asombra que mi mano sea una cosa cierta,
me asombra que del griego la eleática saeta
instantánea no alcance la inalcanzable meta,
me asombra que la espada cruel pueda ser hermosa,
y que la rosa tenga el olor de la rosa.

Jorge Luis Borges
(De su libro La Moneda de Hierro, 1976)


sábado, 8 de agosto de 2009

Este libro




Me vienen estas cosas del fondo de la vida:
Acumulado estaba, yo me vuelvo reflejo...
Agua continuamente cambiada y removida;
Así como las cosas, es mudable el espejo.

Momentos de la vida aprisionó mi pluma,
Momentos de la vida que se fugaron luego,
Momentos que tuvieron la violencia del fuego
O fueron más livianos que los copos de espuma.

En todos los momentos donde mi ser estuvo,
En todo esto que cambia, en todo esto que muda,
En toda la sustancia que el espejo retuvo,
Sin ropajes, el alma está limpia y desnuda.
Yo no estoy y estoy siempre en mis versos, viajero,
Pero puedes hallarme si por el libro avanzas
Dejando en los umbrales tus fieles y balanzas:
Requieren mis jardines piedad de jardinero.




Alfonsina Storni

sábado, 1 de agosto de 2009

El móvil de Hansel y Gretel

(por Hernán Casciari)


Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: 'No importa. Que lo llamen al papá por el móvil'.

Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura -toda ella, en general- si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.

Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.
¿Ya está?

Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.

¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo?

La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las nuevas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.

Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.

Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.

Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam..

Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.

Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.

Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.


Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.

Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler.)

Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:

M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCES. BSO.

Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción 'Banda ancha móvil' de Movistar.

Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría 'Cien años sin conexión': narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el messenger.

La famosa novela de James M. Cain -'El cartero llama dos veces'- escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría 'El gmail me duplica los correos entrantes' y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.

Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, 'Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura', la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.

En la obra 'El jotapegé de Dorian Grey', Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico 'Blancanieves' no consultaría todas las noches al espejo sobre 'quién es la mujer más bella del mundo', porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90€ la conexión y 0,60€ el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.

También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.

Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.

Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.

La telefonía inalámbrica -vino a decirme anoche la Nina, sin querer- nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.


Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora?

No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.


Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas están perdiendo el brillo -las escritas, las vividas, incluso las imaginadas- porque nos hemos convertido en héroes perezosos.