Pocas
cosas hay más gratificantes que leer un gran libro. Pero grande de los
de verdad, magníficamente escrito, con una precisión de cartógrafo en
cada curva del relato, la “carpintería” de la que hablaba García Márquez
en la construcción de cada frase, la
elegancia de quien maneja la riqueza del idioma español a la perfección,
el arte de un orfebre que no escatima brillos, pero cuida muy bien la
presencia de las sombras, y la sabiduría serena de quien ha planificado
cada paso con cuidado y sabe dejarse llevar por la pasión de escribir en
el momento exacto. Ya quedan pocos escritores así. De los que saben qué
poner y qué quitar, ni una coma que falte, ni una palabra que sobre.
Sin vanidades, pero con maestría. Dejando en el lector una huella
profunda en cada suspiro.